Los días se van tan rápido... El tiempo vuela...
Ya estamos finalizando el segundo día del mes de noviembre, y lamentar las cosas que se pudieron hacer en los meses anteriores o en días previos es una tontería.
En medio de las turbulencias, enojos, disgustos, sinsabores, fracasos y del shock que genera estar en el lugar menos indicado viviendo la vida como en una escena de esas películas en las que sabiendo que no hay que subir las gradas o preguntar si hay alguien, cuando es más que obvio que si y que corre peligro la inocente víctima, así hemos transcurrido nuestros días, apagados, sin rumbo aparente y a la deriva, buscando un faro o luz que nos guíe a puerto seguro, pero aún falta mucho para llegar, y el mar sigue agitado.
Nuestras crisis existenciales no son nada comparadas a lo que otras personas están pasando allá en Ucrania, Palestina o en Israel, teniendo que sobrevivir en medio de los estallidos de misiles, y retumbos de tierra que provoca la explosión, robando su aliento de vida a cada inocente que estuvo en el lugar a la hora menos indicada, porque no había un ángel que le cuidara en ese momento, quizá ahora son pocos los que existen o están cansados de cuidar cada alma.
Y la esperanza donde queda si son cada vez más los que la pierden como las llaves del auto o del cofre que guarda esos tesoros que son invaluables pero innecesarios.
El tiempo se va tan rápido... Los días corren y se pierden...
Ya no hay tiempo de llorar, ni de sentir, tampoco de recordar, mucho menos de volver, porque no se puede, y otra vez es de noche, por la oscuridad que nos envuelve.
Los días se van tan rápido... Corren y se pierden...
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